viernes, 13 de abril de 2012

Vísperas Pascuales


Mientras Rumanía en pleno se prepara para un largo fin de semana de celebración de la Pascua ortodoxa, nosotros nos acercamos a conocer a Javier. Javier es un madrileño de Alcalá de Henares que trabaja en un centro de día para niños de la calle en Bucarest. Tras el derrocamiento de Ceaucescu los orfanatos rumanos fueron prácticamente desmantelados, por lo que muchísimos niños se vieron directamente en la calle. Javier empezó como voluntario en Fundatia Parada, una organización independiente que tiene por misión utilizar el arte como apoyo educativo y herramienta de reintegración para los niños de la calle. Durante el día acuden al centro para aprender juegos de circo con los que adquirir hábitos de disciplina y poder, en el futuro, conseguir un trabajo e integrarse en la sociedad, además de satisfacer a corto plazo sus necesidades más inmediatas y básicas.


Ahora, contratado por la Fundación, sigue desarrollando su labor y observa cómo los jóvenes rumanos han empezado a implicarse en labores de voluntariado. Como muy bien dice Javier es complicado ser altruista cuando tus propias necesidades elementales no están satisfechas. Afortunadamente la situación socio-económica en Rumanía ha evolucionado y cada vez es más habitual que los jóvenes rumanos se sientan concienciados y puedan dedicar una parte de su tiempo a los demás.

A mediodía nos encontramos con Iuliana, la compañera de trabajo de la que Carlos y María nos hablaron el primer día. Fue a España a estudiar y acabó quedándose allí a vivir con el que ahora es su marido. Gracias a su formación y conocimiento de idiomas trabajó en el departamento de exportación de una empresa azulejera de Vila-real. Pero, justo al comienzo de la crisis, decidieron regresar a Rumanía y labrarse un futuro que en España ya se hacía incierto.

Iuliana piensa que las cosas están difíciles también en Rumanía pero que, al menos, aquí está junto a su familia. Cree también que, en muchas ocasiones, el coste emocional que se paga al estar lejos de los seres queridos no compensa los posibles beneficios económicos que implica trabajar fuera de Rumanía.


Como comenta con acierto, los españoles no tuvieron inconvenientes en que los rumanos llegasen a España para trabajar. Ahora, cuando ha pasado el tiempo y han tenido hijos que ya están integrados, no es justo que les acusen de que están ocupando un lugar y utilizando unas prestaciones que no les pertenecen. Porque cada uno es del lugar en el que está en cada momento. Las personas no son cosas que se cambian de lugar a conveniencia del usuario. Si en un momento dado los rumanos fueron a España porque el país les necesitaba, de justicia será que ahora España satisfaga las necesidades que los rumanos, afectados por la crisis económica, puedan tener.

Y finalmente nuestro día concluyó en Lipscani, la zona del casco antiguo recientemente peatonalizada, en pleno proceso de rehabilitación, en la que se han concentrado la mayor cantidad de bares y restaurantes de Bucarest, cosa que ha transformado la zona en un punto de encuentro para la juventud. Durante la Edad Media Lipscani fue la zona comercial más importante, no solo de la propia ciudad de Bucarest sino también de toda Valaquia. En el siglo XVII se la empezó a llamar Lipsca (por Leipzig), debido a que ese era el origen de muchas de las mercancías de las que se podían adquirir allí. La palabra lipscan (singular de lipscani) pasó entonces a significar comerciante que trae sus mercancías de Europa occidental.

Allí nos encontramos con Roxana, Ioana y, de nuevo, con Talía. Roxana es profesora de inglés en el instituto que dirige Ioana. Pero antes que su profesión para Roxana está su identidad como mujer gitana. Como nos explicó, los gitanos llegaron a Rumanía en calidad de esclavos, sobre todo a manos de la iglesia, la gran terrateniente en algunos momentos de la historia del país. Ahí se encuentra, probablemente, el origen del estigma que les persigue todavía, a pesar de constituir aproximadamente el diez por ciento de la población actual. El prejuicio contra el pueblo gitano está tan presente en la sociedad que se hacía necesario conocer una historia tan singular.


Roxana ha logrado introducir la asignatura de Derechos Humanos en su instituto y combatir la discriminación hacia cualquier minoría desde la perspectiva institucional que ofrece un centro educativo.En la conversación entre Roxana y su directora quedó patente cómo, en ambos casos, la educación recibida impidió que en ellas creciera el prejuicio hacia las minorías, ya que cuenta Ioana que sus padres nunca le hablaron mal de gitanos, homosexuales, o extranjeros. Y además afirman que siempre cuestionaron las palabras de quienes lo hacían.

Pero, como nos comentó Roxana, no es tarea fácil hacerlo cuando la homofobia, el racismo y el machismo están tan incrustados en el inconsciente colectivo que todavía no está mal visto que un profesor con formación universitaria profiera en público expresiones ofensivas hacia los colectivos en situación de riesgo de exclusión social.

Todo un ejemplo a seguir. Para nosotros un modelo de compromiso. Afirma Roxana que todos tenemos, al menos, la obligación de barrer “la suciedad” que hay en nuestras aceras. Si como personas no podemos cambiar un país, no podemos cambiar la mentalidad de una nación, si que podemos, al menos hacer el esfuerzo de hacerlo en nuestro entorno más cercano, aquel sobre el que tenemos influencia. Que una mujer como ella lo haga en un contexto tan adverso como el suyo no deja de ser una lección para nosotros, acostumbrados en el nuestro a comprobar cómo la gente prefiere mirar hacia otro lado en lugar de implicarse. Y nos preguntamos dónde estaríamos de no haber habido otras Roxanas en nuestro país que si lo hicieron en su momento.


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